José Antonio Redondo Pino (Cáceres 1960). Alumno del poeta visual Jordi Vallés, quien le fomenta el gusto por la poesía que encierran las imágenes, con independencia del significado codificado que la sociedad les haya otorgado.
Se introduce en la fotografía por diversión y este concepto de la fotografía como juego no le ha abandonado nunca. Recibe clases de la profesora Mª Dolores Colazo, adjunta de la cátedra de Composición visual y diseño fotográfico de la universidad de Avellaneda. Es miembro del grupo ES23. Colabora como fotógrafo freelance de la Editorial Castellnou, así como con la artista colombiana Yolanda Botero. Ha expuesto de forma individual en el espacio expositivo del Pati Llimona , en Cincómonos , la galería de la calle Consell de Cent de Barcelona y en Transforma. Tiene obra en varias colecciones particulares.
El surrealismo le sedujo desde sus inicios., llevándole a coquetear con la inspiración que le producían artistas como Dalí o Max Ernst. Es en este momento cuando crea obras como La cuadratura del azar o Mantis especulativa, donde elementos aparentemente inconexos deambulan por las composiciones como auténticas quimeras urbanas Pero el fotógrafo va más allá, y enriquece sus obras con significados de una contemporaneidad absoluta, como la especulación inmobiliaria, la incomunicación o la importancia del azar en el desarrollo de nuestras vidas.
La introspección psicológica es otro de los grandes intereses de J. Antonio Redondo que plasma con maestría en la serie de los maniquíes. ¿Podemos sentirnos observados dentro del anonimato y la indiferencia que encierra la gran ciudad? Con esta idea juega el artista para ofrecernos unas obras que reflejan el alma humana con la misma precisión con que reflejan los semáforos o las luces de la ciudad.
La vitalidad de este artista de espíritu inquieto le lleva a explorar sin descanso las diferentes posibilidades del hecho fotográfico. Huyendo de la fosilización estilística, su hiperactividad visual desemboca en varias líneas de trabajo que, en la actualidad está desarrollando. Por un lado lo que él mismo llama el neurocolor; es decir la destrucción de la forma para conseguir una sinfonía perfecta de color que, sin interferencias, llegue directamente a nuestro cerebro. Esto lo vemos en obras como Paseo por el Gran Cañón a la hora violeta, Pórtico o Huracanes en el alma. Por otro lado la búsqueda de metáforas visuales y de polisemias con las que le gusta jugar, como por ejemplo Sueño del tiempo abolido, donde unos elementos ajenos entre sí poeman una composición llena de lirismo; una obra en la que de nuevo vemos un guiño al surrealismo. Será este, por tanto, un tema recurrente en la obra de un fotógrafo de ojo inquieto e inquietante, que sabe mirar con acierto aquello que de imprescindible tienen los sueños.
M.Isabel Martínez Murcia
Historiadora del Arte
Colegiada núm. 33303